Etimológicamente la palabra profesión de acuerdo al diccionario de la Real Academia (2014) se usa como empleo, facultad u oficio que cada uno tiene y ejerce públicamente. Proviene del latín professio- onis entendida como acción y efecto de profesar.
Su desarrollo histórico se remonta a ser entendido en principio como “mandar”, “enviar” referido a las actividades que realizaban sacerdotes o funcionarios reales como comendadores. Su evolución la lleva en la época de la industrialización a ser considerada como toda aquella actividad que requiere de cierta técnica educativa. En la década de los sesenta la profesión era considerada tal si actuaba en una realidad social organizada. Así surgen las escuelas de formación profesional, las asociaciones profesionales, perfiles, reglas y códigos que regían la conducta de todo aquel que ejerciera una profesión, dándole un cierto aire de relevancia y reconocimiento social a quienes habían logrado ser profesionales.
Fernández (2001) comenta que para Cleaves (1985) las ocupaciones de los profesionistas “requieren de un conocimiento especializado, una capacitación educativa de alto nivel, control sobre el contenido del trabajo, organización propia, altruismo, espíritu de servicio a la comunidad y elevadas normas éticas (p. 27).
En este sentido se quiere hacer un llamado de atención en cuanto al componente científico y humano que existe en la formación de profesionales y en especial del ingeniero. En ocasiones los escucho deslindarse del fin supremo de toda profesión que contempla el servir a una comunidad; por lo que parecieran reconocer que ciencias y humanismo están totalmente desvinculadas una de la otra en la profesión.
Pizzul (2013) enfatiza que en la formación de muchos profesionales se nota la ausencia del compromiso social pues al no estar integrada la formación humanista a las disciplinas de estudio no orientan rectamente el ejercicio de la vida profesional. Para este mismo autor un ingeniero cuya educación incluya una fundamentación sólida en humanidades y ciencias sociales posee una visión más amplia del contexto de cualquier problema y reconoce el impacto de sus decisiones.
Figueiredo (2008) vislumbra en el profesional de la ingeniería cuatro dimensiones : la científica; por tanto se hace necesario un fuerte sustento en las ciencias básicas y de la carrera, la sociológica; reconociendo el vínculo con la sociedad y por ende con las ciencias sociales, la artística; que sale a la palestra en lo que algunos consideran que la esencia del ingeniero, los proyectos y por último la dimensión ejecutora de allí la importancia de las aprendizaje de técnicas y prácticas de campo así como el aprendizaje a lo largo de la vida. Por lo visto comprenden dimensiones científicas, humanas y sociales en su ejercer.
No basta con hacerse ingeniero, hay que ser ingeniero desde el compromiso ético con la sociedad y el ambiente. Así la resolución de problemas o diseños deben estar centrados en el reconocimiento del ser humano, pues son ellos quienes al final se beneficiarán de la obra.
En años recientes se ha escuchado hablar de competencias. García y Sabán (2007) estudios del área, indican que este enfoque surge como una alternativa para dar respuestas a las demandas sociales del entorno nacional e internacional de lo que un profesional ha de poseer, tratando de lograr un equilibrio entre la teoría, la práctica y los valores, es decir entre lo que se sabe, lo que sabe hacer y lo que se es. Desde el punto de vista de las competencias se refleja inmediatamente la urgencia de tener una formación integral que permita como profesional la movilización de saberes y talentos para afrontar con ética las vicisitudes que se presentan tanto en la vida personal como en la profesional.
Tobón (2013) desde el enfoque socio formativo de las competencias las define como “actuaciones integrales para identificar, interpretar, argumentar y resolver problemas del contexto, desarrollando y aplicando de manera articulada diferentes saberes (saber ser, saber convivir, saber hacer y saber conocer), con idoneidad, mejoramiento continuo y ética.”
Esto permite desde el saber: el reconocimiento del medio que nos rodea para vivir con dignidad, desarrollar capacidades y poder comunicarse con los demás. Desde el hacer: en relación innegable con el conocer y vinculado al ámbito profesional a la puesta en práctica de los conocimientos y la adaptación al mercado. Desde el vivir juntos o convivir: el aprendizaje como reto ante la sociedad actual pues corresponde el fomento de la paz y el reconocimiento de los demás, de su cultura y espiritualidad. Desde el ser: contribuir al desarrollo de la individualidad a través del respeto a la diversidad.
Así el sociólogo Edgar Morín (1999) enfatiza la unificación de las dimensiones humanas, biológicas y sociales en el conocer, donde una no puede prescindir de la otra y a la vez se solapan entre sí. Por otra parte, Serres (2016) filósofo y matemático francés de nuestra época en entrevista realizada comenta que en las universidades por lo general se separan las ciencias humanas de las exactas, para él esto resulta en gente culta que no conoce de ciencia o gente de ciencia que no es culta.
Por ende, se hace un llamado a reconocer que no existe disociación en el ejercer de la profesión entre las ciencias y la filosofía o entre las ciencias exactas y humanas o la cultura científica y humanista o ciencias duras y blandas; es indiferente la connotación que se le quiera dar; una sustenta a la otra en la búsqueda de la verdad y conocimiento. Quienes ejercemos la ingeniería sabemos que esta profesión es ciencia y arte lo que conlleva implícitamente a reconocer esta alianza.