“La belleza, como el ingenio, no se puede definir, sino que se discierne por medio del gusto o la sensación”
HumeLas obras de arte son bienes singulares, histórico-culturales con protección especial y su valor, además del económico o valor de cambio, está referido sobre todo al valor de uso o de fruición, vinculado a la satisfacción de necesidades superiores del hombre.
Abraham Maslow (1996)1 clasificó estas necesidades como una pirámide que consta de cinco niveles: Los niveles inferiores pueden ser agrupados como necesidades del déficit (deficit needs); el nivel superior se le denomina como una necesidad del ser (being needs).
Los bienes, en sentido general, se clasifican en bienes normales y bienes superiores, existiendo una relación directa entre nivel de ingresos, fluctuación de precios y nivel de consumo (Parkin: 1995). Las obras de arte, al igual que las viviendas urbanas, yates y vehículos de lujo, se consideran bienes superiores (Ballestero: 1993), siendo estos bienes los que acusan primero las consecuencias de economías recesivas o deprimidas.
El comercio de estos bienes superiores se efectúa a través de varios canales que integran el denominado circuito del mercado de obras de arte, el cual en general está conformado por los siguientes actores:
Constituye la oferta de obras de arte en el mercado de compraventa.
Son factores de primera importancia en el mercado del arte, ya que son los responsables de su dinamismo y proyección. Los más relevantes son:
En el mercado del arte los operadores e intereses de la demanda se presentan más dispersos que en el lado de la oferta, siendo el criterio más adecuado para su descripción, el coleccionismo, que según Vetesse (Op. c.pg.23), determina la compleja relación entre personas y objetos por las connotaciones que revisten en un particular ambiente cultural, asociadas con:
Actúa casi exclusivamente por el lado de la demanda. Comprende al coleccionista público (museos, galerías públicas), que expone las obras al mismo tiempo que las divulga en publicaciones, reproducciones.
Tiene un papel notable en la conservación de las obras. Normalmente del lado de la demanda, y a veces, en la de la oferta, porque vende solo en determinadas circunstancias, como necesidad de liquidez, partición de herencias, divorcios, etc. Suele decirse que es el verdadero coleccionista.
Juega para ganar. Sus objetivos están ligados a la rentabilidad de sus inversiones y se basan en expectativas, siendo mayor el riesgo de inversión en artistas contemporáneos que en obras antiguas y artistas consagrados.
Compran obras de arte para demostrar alta capacidad de gasto. Su afán de demostración les lleva a aumentar su demanda cuando suben los precios de mercado, contrario a la conducta típica de los demandantes.
En cuanto a las colecciones, están pueden ser estructuradas de acuerdo a diferentes motivaciones, tales como:
De acuerdo con Sotheby’s, una de las más antiguas y prestigiosas casas de subastas del mundo, fundada en el siglo 18 en Londres, en las décadas de los ’80 y ’90 se produjeron algunos de los más impactantes records de cotizaciones de obras de arte en subastas, básicamente impulsados por “coleccionistas por ostentación”, que introdujeron fuertes desviaciones y tendencias en el mercado del arte, propiciando abruptas alzas en los precios de obras de arte contemporáneo, originando luego una crisis generalizada sobre el mercado.
Las obras de arte - además de bienes de consumo entendidos así por su valor de uso o de fruición (Vettese: 2002) - son consideradas bienes de inversión que protegen contra la inflación o caída del valor adquisitivo del dinero, por lo cual, en épocas de crisis resultan ser uno de los instrumentos preferidos por algunos inversores, citando a Rossi. Afirma que el mercado del arte no es definible como un mercado, sobre todo porque la obra de arte no es un bien fungible, esto es, sustituible por uno idéntico, y su valor no está ligado a parámetros objetivos como el coste de los materiales, el tiempo necesario para la ejecución, la dimensión u otros elementos valorables, como ocurre en el campo de los objetos preciosos, sino que el valor está ligado a la demanda del coleccionismo y éste a su vez está influenciado por la rareza, las cotizaciones habituales, la fama del artista y las oscilaciones del gusto, de la moda y de los paradigmas estéticos dominantes.
El mercado de obras de arte se caracteriza por ser un mercado “concurrencial” (Blasco y Ballesteros: 1997), es decir, aquel que tiene la nota de libre acceso para oferentes y demandantes, pero no necesariamente las características de homogeneidad y transparencia que caracterizan a los mercados competitivos en la total acepción del término, toda vez que se conoce sólo una fracción de las transacciones que ocurren.
Caballer y Moya (1997), sostienen que el valor verdadero de las cosas no se puede conocer nunca, afirmando que, en un ámbito más restringido, el valor económico de los activos, como un precio probable en una futura transacción, es difícil de estimar con la precisión deseable.
En sentido general, las obras de arte pueden clasificarse en:
No todos los artistas se comportan de la misma manera dentro del mercado del arte, por lo que es preciso identificar o conocer su evolución en función de las cotizaciones obtenidas por su obra, pudiendo establecer los siguientes modelos o tendencias generales.
Comportamiento usualmente observado en artistas, antiguos o contemporáneos, cuya obra ha sido consagrada por la crítica y el mercado. El ascenso de las cotizaciones es continuo, aunque puede ser lento. De inversión más segura pero de rentabilidad más baja.
Las cotizaciones pueden caer pero después se produce una recuperación espectacular. Puede corresponder a pintores olvidados en una época pero redescubiertos después.
Ascenso explosivo de precios durante los primeros años seguidas de un fuerte descenso, casi siempre pintores contemporáneos cuya calidad artística o consistencia es mediocre a juicio de los expertos. A veces es producto de reconocimiento temprano (premios) que impulsan en un momento dado las cotizaciones.
El valor es el objeto de la ciencia de tasación. Las obras de arte son denominadas cosas colectivas, a las que corresponde una tasación cultural-ambiental.
Una obra de arte es a la vez un bien de consumo y una inversión. Desde este punto de vista el valor de una obra de arte dependerá de sus expectativas de revalorización a lo largo del tiempo, pero también puede depender del flujo de rentas que pueda producir por su exhibición en museos y otros sitios públicos, sujetos al margen de error generado por la inseguridad de los datos y la elección de los parámetros tasa de capitalización y horizonte temporal.
La valoración económica de obras de arte, como la de cualquier activo, se apoya en las premisas que dan origen a los enfoques y métodos universales de valuación, y, de acuerdo con el profesor Salvador Misseri, pueden agruparse de acuerdo con la siguiente clasificación:
El mismo autor clasifica los procedimientos a seguir para la aplicación de los métodos, de la manera siguiente:
Sin embargo, de acuerdo con el mismo autor (Misseri), la principal limitante al uso de estos procedimientos de estandarización, es que la mayoría de ellos se aplican a obras escasamente singulares, salvo que se trate de comparar obras de un mismo pintor o de la misma escuela, aplicándose preferentemente a obras de arte menores, siendo preferible aplicar a los artistas consagrados, tasaciones que consideren cada caso particular y sus circunstancias.
Por último, los caracteres que, según Pilar Roig - profesora de la Universidad Politécnica de Valencia, España - influyen más decisivamente sobre el valor de una obra pictórica, son:
Estos caracteres pertenecen al estatus objetivo de la obra de arte y se pueden y deben relacionar con los cuatro caracteres de Rogers que son considerados como estándar o canónicos.
Ana Blasco y Natividad Guadalajara - investigadoras del Centro de Ingeniería Económica de la Universidad Politécnica de Valencia, España - señalan como uno de los indicadores del comportamiento de las cotizaciones de un artista, la rentabilidad de sus obras, la cual se expresa a través de la siguiente formulación matemática:
P2 = P1 ( 1+ r )t2 – t1
Donde:
P1 = Precio pagado por la obra en la primera transacción
P2 = Precio pagado por la obra en una segunda transacción
t1 = Fecha en que tuvo lugar la primera transacción
t2 = Fecha en que tuvo lugar la segunda transacción
r = Tasa de rentabilidad
La rentabilidad puede estimarse aún entre cotizaciones realizadas sobre una misma obra u otra equivalente (mismo año, tamaño, técnica y temática).
En síntesis, la valoración de obras de arte es un proceso complejo. El tasador que aspire a desempeñarse en este campo, además de dominar las técnicas valorativas, debe abordar el estudio desde diferentes ópticas y conocer sobre diferentes tópicos, entre ellos:
Como conclusión, es importante señalar que los métodos tradicionales de valoración aquí esbozados, se fundamentan en su mayoría en la información proveniente del mercado del arte, a la cual muchas veces no es posible acceder dado que - salvo en el caso de las subastas cuyos resultados es factible obtener en la abundante información manejada en portales y sitios web, la mayoría por suscripciones pagas - una gran parte del comercio de obras de arte es totalmente opaco y se gesta a través de transacciones privadas entre las partes, cuyos resultados no trascienden al público. Dentro de este grupo igualmente hay que citar el mercado negro de obras de arte, robadas o desaparecidas, que se comercian fuera de los canales regulares del mercado, sin dejar huella alguna.
Otros casos corresponden a obras de artistas consagrados cuya presencia solo es posible obtener en museos, galerías y colecciones privadas, es decir, están “fuera” del circuito del arte, por lo que en muchos casos hay que apoyarse en los métodos no tradicionales de valoración ambiental, tales como los de Valoración Contingente, Costo de Viaje, Precios Hedónicos, Análisis multivariable-multicriterio, todo lo cual presupone el manejo de dichas herramientas de análisis, de uso apropiado para la estimación del valor de intangibles en la cual se inscribe por antonomasia la valoración de obras de arte. Algunos más recientes como la bibliometría, programación por metas y otros que vienen desarrollándose en universidades europeas y americanas, se han incorporado como parte de las técnicas que contribuyen a una cada vez mejor y menos subjetiva definición del valor de objetos y obras artísticas.